Un viaje al pasado: El columpio

Con éste pequeño recuerdo me quedaría para siempre:

Me encontraba jugando en el columpio que mi padre había hecho para mis hermanos y a mí. Estaba hecho de un trozo de madera labrado precisamente para sentarse, sujeto en sus extremos por un lazo de plástico color amarillo que su vez estaba amarrado a la rama más gruesa de un árbol frente a mi casa.

Acababa de cenar después de haber hecho los deberes de la escuela así que fui al columpio para divertirme. No hacía sol, de hecho tuve la impresión de que anochecería muy temprano porque todo el cielo se veía negro por las nubes. Al menos no llovía. Pensaba en mí, en el día que había transcurrido tan normal como cualquier otro día, cuando de pronto comencé a escuchar a mi madre reprender a mi hermana más pequeña. Sólo estábamos nosotras tres en casa, y mi hermanita había hecho algo que hizo molestar mucho nuestra madre. Sentí que mi mamá estaba siendo muy dura con ella, pero no le dije nada, intentando no juzgarla y considerando que muy probablemente había tenido un mal día. Mi hermanita de sólo 3 años lloraba y lloraba desconsoladamente pero mi madre no le hacía caso. Peor aún, le gritaba y la alejaba de ella con más regaños. Así que me acerqué para hablar con mi madre, pero igualmente me ignoró y salió un momento de la casa, mientras ahí estaba llore y llore mi pequeña hermana. Intenté hablarle para que se calmara pero no me escuchaba. Tomé a mi hermanita de la mano y la llevé hacia el columpio mientras le preguntaba dulcemente lo que había hecho, pero aunque intentaba consolarla no dejaba de llorar y nombrar a nuestra mamá. Sentí tanta pena por ella, así que la tomé en mis brazos y la llevé conmigo para columpiarnos juntas. Le hablé, la mecí conmigo en el columpio pero su llanto no parecía aminorar lo más mínimo. Cuando le hablé seguro no puso la más mínima a ninguna de mis palabras, pero su llanto poco a poco fue a menos cuando comencé a cantarle. Incluso le compuse una bonita canción.

Quizá porque soy una sentimental o una llorona, pero aquella tarde comencé a sentirme invadida de una inmensa tristeza, verme incapaz de consolarla y al ver su pequeña carita cubierta de lágrimas y aun llamando a nuestra mamá, también rompí en llanto. Seguí cantándole hasta que sus lágrimas cesaron por completo. No así el mío. Se había quedado exhausta de tanto llorar que se quedó dormidita, mientras yo le miraba y le cantaba la misma canción una y otra vez con lágrimas aun recorriendo mi cara.

La había sostenido en brazos muchas veces, le canté muchas otras antes, pero nunca de la forma tan profunda como en aquél día lo hice. Sentí que el amor y cariño nos unió más que nunca y eran muy grandes que me prometí estar con ella cuando más me necesitara. Desde entonces ya han pasado muchos años y hemos compartido muchas cosas juntas.

Ahora seguro no lo recuerda.

Pocas cosas en éste mundo pueden igualar ése sentimiento tan puro, tan profundo, tan grande como el amor entre hermanos y hermanas.

No supe cuánto tiempo nos quedamos así, meciéndonos lentamente en el columpio sin sentir pasar el tiempo, pero ya me había cansado de sostenerla en mis brazos, pero mi corazón se resistía a dejarle, quería quedarme así mirándole. Después de algunos minutos más cuando ya no me era posible seguir en esa misma posición, llamé a nuestra madre esperando que su ira hubiera pasado ya, y le pedí que la llevara a dormir a su camita.

Le besé su frente y le deseé dulces sueños.

Photo by Karina Vargas on Unsplash

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